En 1966 Francis Bacon inmortalizó a George Dyer, uno de sus amantes, con el que mantuvo una difícil y tormentosa relación hasta 1971, cuando el joven George se suicidó cuando el pintor británico era homenajeado en el Grand Palais de París con una gran retrospectiva.
En el retrato, con un formato de 198,2 por 147,3 centímetros, el amante del pintor es representado contorsionado y deshaciéndose en páginas blancas bajo la luz de una bombilla.