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En abril de 1939 concluye la guerra civil española, y Miguel Hernandez, perteneciente al bando republicano, regresa a su pueblo, Orihuela, rechazando el ofrecimiento de su amigo Cossío de acogerlo en Tudanca. Temeroso de ser prendido por la fuerzas franquistas decide viajar hacia Huelva con la intención de cruzar la frontera con Portugal, consigue pasar, pero la policía de Salazar lo entregó a las autoridades españolas.

Encarcelado, Josefina, su mujer, le envía una carta mencionando que sólo tenía para comer pan y cebolla, de esta carta nacería esta «triste canción de cuna».

LAS NANAS DE LA CEBOLLA

(Dedicadas a su hijo, a raíz de recibir una carta en la cárcel de su mujer, en la que le decía que no comía más que pan y cebolla)
  

La cebolla es escarcha
cerrada y pobre.
Escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.

En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.

Una mujer morena
resuelta en luna
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te traigo la luna
cuando es preciso.

Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en tus ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que mi alma al oírte
bata el espacio.

Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.

Es tu risa la espada
más victoriosa,
vencedor de las flores
y las alondras
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.

Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.

Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.

Vuela niño en la doble
luna del pecho:
él, triste de cebolla,
tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa ni
lo que ocurre.

Este poema, cargado de emotividad, nos da una visión la situación que sufrieron miles de familias durante y después de la Guerra Civil española. Al finalizar el conflicto, no acabaron las persecuciones hacia los perdedores (bando republicano) y sus familias, sino que continuaron, fueron duramente amonestados, y en muchas ocasiones pagaron con su vida.

El hambre, la miseria, la muerte y la censura, eran partes de la vida cotidiana de la España franquista, especialmente en los primeros años, en los que se castigó y asesinó a sus máximos opositores políticos, o, como Miguel Hernández, “difamadores” de propaganda en contra del régimen franquista, en la que se instaba al pueblo a la sublevación, a la lucha, a la no rendición a favor de los fascistas.

Miguel Hernández y su familia, sufrieron las consecuencias de esta guerra, como muchísimas otras familias anónimas, que experimentaron el hambre, la pérdida y/o separación de sus seres queridos, y posteriormente, el obligado olvido de estos hechos.